Ya casì eran seis años que no habìa ido a visitar a su madre a Mèxico, si, poco despuès de que el gobierno mexicano le declarara la guerra al narco. Historias de violencia desmedida iban y venìan de su amado paìs y el gobierno estadounidense no cesaba de recomendar que no fueran a Mèxico y que si lo hacìan asumieran los riesgos de manera personal. No podìa màs, su madre habìa estado muy enferma recientemente y querìa estar con ella en esa Navidad, asì que convenciò a su esposo y decidieron realizar el viaje. Tenìa todas las maletas listas y subiò a la recamara de sus hijos para ver si ya estaban listos para su viaje en media hora hacia Mèxico. Cuando llega con sus hijos, la mayor le dice: -
"lo siento mamà, nosotros no vamos a ir con ustedes a Mèxico".
-"Còmo que no van a ir, somos una familia y debemos todos ir a visitar a tu abuelita, asì que por favor hacen sus maletas ràpido porque ya tenemos que salir." -"No Mamà, no vamos, y si insistes te levantaremos una demanda por obligarnos a arriesgar nuestras vidas".
Entonces un escalofrìo la recorriò y por un momento desconociò a esa familia que no seguìa los paràmetros de lealtad suicida que habrìa seguido cualquier familia formada en Mèxico. Sintio esa sutil pero fundamental diferencia entre dos culturas una que da preferencia a lo persona sobre lo colectivo y a la otra que beneficia lo colectivo contra lo personal. Se sintiò dividida como la frontera, una identidad partida en dos, el concepto de la unidad de la familia, de lo sagrado que habìa aprendido que era, se desmoronaba en el pensamiento de sus hijos, y una velo de soledad la atrapò, sabìa que con eso comenzaba la angustia de tener clavados cada uno de sus brazos como un ser crucificado, en los polos de esas dos culturas.
-jm
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