Thursday, January 21, 2010

El Dr. Óscar Polaco


Estabamos intentando hacer caer al “guaricho”, le tirabamos piedras con desgano pues estabamos un poco cansados del recorrido que habíamos realizado en esa jornada recogiendo fósiles. Y en ese receso, nos entreteníamos pensando disfrutar de la dulce miel blanca. Era la sexta salida del grupo de “antropología” que habíamos formado en la secundaria hacía seis meses bajo el entusiasmo y liderazgo del profesor Juan Solis Haro y el profesor José Bautista, ambos maestros de ciencias naturales.
En eso, un enjambre de avizpas se dirije hacia nosotros quienes corremos como locos intentando llegar al río. Muchos lo logramos, pero uno de los compañeros se quedó en la rivera y haciendo un hoyo en la arena, metío en él su cabeza para evitar piquetes en la cara. Poco después de que las avizpas se fueron, nuestro compañero con habilidades de avestruz comenzó a gritarnos: ¡Miren lo que encontré! ¡Miren lo que encontré! En el hoyo que había hecho se dejaba ver un hueso petrificado que prometía ser enorme. Todos nos acercamos a verlo y comenzamos a escarbar con las manos y pequeños palos, y a las tres horas teníamos frente a nuestro asombro, la mandíbula petrificada de un animal prehistórico. Para mí, fue uno de los días ¡más emocionantes de mi vida!: me sentí un científico. Decidimos donar la pieza a nuestra secundaria, y esta fue colocada en el laboratorio. Años después visité mi querida secundaria y ví con tristeza que la pieza que habíamos donado se encontraba en un estado muy deplorable: sólo le “sobrevivían” los molares y los colmillos. Entonces yo me encontraba estudiando la licenciatura en la UNAM y decidí ir al Museo Nacional de Antropología e Historia y pedir apoyo parar rescatar lo que quedaba de la pieza. Con una expresión de hartazgo la persona que me recibió en el Museo me llevó al sótano para mostrarme la infinidad de piezas fósiles que tenían aun sin catalogar, amontonadas unas sobre otras porque ya no había espacio para nada más. Y me sugirió que lo mejor era que la pieza se quedara donde estaba, que formáramos un museo local. Qué la Ciudad de México le aclamaba al país que por favor ya no llevaran más piezas allí. No me quedé conforme con la respuesta, pues también necesitabamos apoyo técnico para que la pieza no siguiera desintegrándose, así que seguí buscando hasta que me encontré a Óscar Polaco. Óscar escuchó con mucha atención la historia incluyendo las peripecias y me dijo que era verdad que el Museo recibía más de lo que podía catalogar, pero que dependía mucho que pieza se había encontrado, para decidir recibirla o no. Me pidió que le dejara las fotos para que investigara exactamente que habíamos encontrado, claro dijo, se trataba de un mastodonte pero existían de dos tipos, uno de ellos muy raro en el país, si nuestra pieza pertenecía a este tipo, estabamos hablando de la segunda pieza encontrada en México. Le dejé las fotos y a la semana lo fui a visitar, me dijo que en efecto se trataba del tipo poco comun y que era un vestigio mucho mayor que el primero que se había encontrado en Guanajuato con un trabajo de 4 meses, pues la pieza se encontraba entre rocas. El ofreció dar una réplica en fibra de vidrio a cambio de transladar la pieza original a la Ciudad de México, y yo busqué la aprobación en mi secundaria. La propuesta fue aceptada, entonces Óscar Polaco y yo iríamos en uno de los vehículos el INAH a mi pueblo por la pieza. Nunca fue posible hacerlo, el INAH tenía sus recursos destinados a hallazgos que consideraba más importantes y aunque Óscar luchó como pudo para conseguir recursos y el material técnico necesario, no fue posible obtenerlos. Aunque no pudimos concretar nuestra empresa, Óscar y yo nos hicimos amigos y de vez en cuando lo visitaba, me encantaba el lugar donde trabajaba, era un edificio colonial en el centro de la Ciudad de México, donde en su interior había fósiles de animales prehistóricos. Para mi era como viajar en el tiempo, el ir caminando entre las calles y edificos coloniales de la ciudad y meterme en uno de ellos lleno de microscopios y piezas fósiles con etiquetas con nombres en latín, me trasladaba al ambiente científico del siglo XVI. Por mis andanzas y mis estudios de posgrado deje de ver a Óscar durante muchos años. Este domingo 17 de Enero me dió un vuelco el corazón, hojeando la revista número 101 de “Arqueología Mexicana” ví la noticia de que Óscar Polaco había muerto , no lo quiero creer, pero la foto es del querido Óscar que tuve la fortuna de conocer y de admirar. En mi revolotean los recuerdos de nuestras pláticas en su laboratorio subrealista y mágico, de su sencillez, de su erudición, de su inquieta mirada azul, de la pasión por su trabajo y de su fascinante inquietud por conocer la vida que nos antecedió.




-jm

Guaricho: Panal de avizpas que dán una miel blanca.

No comments: