Ella volvía de vez en vez a la barra y yo la esperaba cómo el astrónomo espera a su cometa, al eclipse que le permite admirar los sutiles detalles de la belleza. Su cuerpo era una cascada de curvas cuya sensualidad era tan contundente que se dejaba sentir a 2 metros de su cercanía. La cadencia de sus pasos que transportaba ese monumento del eros venía acompañado de una sonrisa que transformaba su rostro con la tersura con que los copos de nieve tapiza la superficie de la llanura...
-jm
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