En otras ocasiones en plena oscuridad una diminuta luz roja era la única manifestación de que habíamos unido nuestras almas con el contacto más íntimo. La luz subía y bajaba su brillo en intervalos cada vez más prolongados mientras nuestros corazones regresaban a su pulso normal. Era una delicia reposar el placer que antes habíamos compartido pasándonos el cigarro entre los dedos mientras nuestros cuerpos sudorosos se mantenían aún abrazados.
-jm
(Ideas para el proyecto ¨Mujer, humo y erotismo¨-4-)
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