Ella vino de un beso del mar con la tierra. Nunca lo supo. Siempre pensó que a su pueblo se lo había tragado el agua salada. Jamás imaginó que los besos de esos dos amantes se dan por ciclos con intervalos a veces tan largos que parecen espacios eternos del tiempo, lugares donde permanecerían para siempre los pueblos que allí se construyeran. Togoromá nació en uno de esos espacios y ella con su pueblito permanecieron allí hasta que el mar volvió a besar la tierra en esa caricia que tarde o temprano regresaría. Fue un beso lento, pausado, una caricia de tres años. La niña veía como el agua poco a poco cubría lo que antes había sido la escuela, el parque, el campo de fútbol, la presidencia municipal y la iglesia. Sin embargo imaginó que la marea volvería a su posición habitual antes de llegar a su casa, pero el mar estaba decidido a dar el beso como siglos antes lo había hecho; y su casa comenzó a ser inundada por la caricia. Con su familia tuvo que mudarse a casas que se encontraban tierra adentro, pero sin importar que tan lejos se alejasen, el mar terminó por inundar toda la isla y tuvieron que abandonarla para vivir en el continente. Entonces ella sintió mucha tristeza, no soportaba saber que había nacido en un lugar que ya no existía, que quitaba de su alma el sentido de pertenencia a un sitio geográfico, ese sentimiento que creemos es la clave de nuestro objetivo en la existencia. Ella sentía que era una desgracia quedarse sin lugar de origen en un mundo donde todos tenían un origen permanente. Pero no. Todo consiste en un momento. Todos los lugares de donde venimos desaparecerán solo que unos más tarde que otros, pero todos se irán en este ir y venir del tiempo, de manera que el único lugar a que pertenecemos es a nosotros mismos, que después de todo somos un lugar en el universo.
-jm
No comments:
Post a Comment